Yo no sé qué les pasa a los hijos de ahora, ¿verdad que nosotros no éramos así? Una no puede ni enviudar tranquila… Tu hija, la del medio, viene todos los días a las siete, hasta los domingos, ¡dios santo!, y no le puedo decir nada porque me sale con que no la amamanté y con cosas de cuando la estaba gestando… Es porque constela, ella, que sabe eso.
En cambio, vos, viejito, siempre me dejaste dormir. Cada mañana me contabas lo que soñabas, y yo como que oía llover o me hacía la dormida. Una noche soñaste que desarmabas aviones. No te creí. Me contaste sabe qué montón de cosas de un zepelín y yo no te decía nada. Sabías que era remolona y me dejabas; te sentabas en la cama, te vestías y después hablabas con la perra. Vieras cómo te extraña la perra, yo creo que no se recupera más, te busca por todos los rincones pobre perra.
Y esta que se aparece a las siete y me hace listas: primero, el licuado verde. Y se queda y me hace tragar nopales crudos, ¿podés creer, vos? Después me organiza el día: má, te vas ahorita mismo al mercado y no compres carne, por favor, quedamos que carne una vez en la semana. Y yo me pregunto: ¿quién quedó? ¿Qué me queda para cuando me enferme si ahora que estoy sana me hace comer así? Después guardás cada cosa en su lugar y te pones a limpiar, despacito, la casa, eso es ejercicio y el ejercicio es salud, má.
A mí la verdad nunca me gustó hacer nada, a vos viejito te gustaba trabajar. Desde la ventana de arriba te veía que movías esas maderas gigantes vos solo, siempre tuviste una fuerza descomunal, las cepillabas y las pintabas y las hacías puertas. Todo el santo día lo mismo. Oyendo la radio. ¡Cómo le gustaba oír la onda corta! Por ahí me acercaba y te conversaba de algo, cuando me veías te ponía de contento, como si hiciera un año y medio que no me veías, y me hacías cariño, ah, y quién diría que a mí, que nunca me gustó que te que me toqueteen, se me iba a dar por extrañar esos mimos, qué vergüenza, viejo, a esta edad, me pongo toda colorada.
Voy a venir a las once y espero que esté todo limpio, má, no te quiero ver sentada, es malo para el cuerpo y para el alma. A ver, te lo voy a anotar. Primero ordenar cada cosa en su lugar. Segundo barrer. Tercero los platos. Cuarto: trapear con cloro. Y no estés picoteando grasas saturadas. Yo llamo a la vecina que ya sabe que tu hija es así y asá y ella me limpia la casa y le doy unos pesitos de los que tengo escondidos, viejo, y mientras la vecina limpia como grasas saturadas. No se puede creer que una, a esta edad, tenga que comer a escondidas, por suerte no engordo.
En los últimos meses, vos sí que engordaste, viejo, te creció un panzonón; los pantalones no te subían y te los prendías abajo de la panza. Yo no me engordé ni en los embarazos. Tendría que aprender de vos tu hija, que siempre me dejaste en paz, jamás me mandaste a barrer, ni a cocinar, ni a regar las plantas y en tu vida me hiciste una lista. Ahora mismo veo una mancha de verdín en la pared, viejo, en cuanto la vea tu hija qué te juego que me hace poner los guantes y sacarla con cloro, y me va a explicar todo lo que pasaría si la dejo…Y no le digo nada, qué le voy a decir. Una vez le dije histérica y le sentó muy mal. Me habló meses de lo que a ella le costó “aceptarse en mí” eso me dijo viejo: “aceptarse en mí”. No pregunté que quiere decir eso, me quedé calladita, qué miedo, ¿para qué pregunto?
Cocina algo saludable que voy a venir a desayunar. Yo le digo, no te molestes, nena, ya sabes que a la hora de desayunar me gusta oír noticias. No es mentira, viejito, resulta que escucho las noticias ahora y me acuerdo de cuando deformabas todo. Decías que eras socialista pacifista, pero eso ni existe, no es ni un partido ni nada. A vos nadie te decía lo que tenía que pensar, escuchabas y hacías conexiones. Y me agarró el gusto de oír las noticias, qué se yo, me hacer acordar de cosas…
Y si no viene a desayunar, viene a comer que es peor, porque a mí después de comer me gusta dormir la siesta y no me deja. Si duermes en la tarde, en la noche no vas a poder dormir. ¿Y eso de dónde lo sacó? En mis casi cincuenta años de casada, vos viejito jamás me interrumpiste una siesta. A esa hora salías, me contabas todo lo que ibas hacer, adonde ibas a ir y qué tenías que comprar para que aprovechara y te hiciera encargos. A veces dormía, a veces no; por eso yo no digo dormir la siesta, digo: hacer la siesta porque a veces no más me acuesto y miro las revistas y nunca miré la televisión, eso sí que no, nada de novelas de amor, ni de estupideces.
Fíjate si se secó la ropa y ponte a planchar, si no ¿qué vas a hacer toda la tarde? En las tardes, me gustaba bajarme un rato al taller, a verte trabajar con esa paciencia de santo. No sé a quién salió esta chica, si vos viejito nunca fuiste mandón. Y eras cursi, viejo, no veas las baratijas que me has traído. Adonde ibas se te ocurría comprarme algo. Por ahí anda una manzanita verde limón, que mide el tiempo, me dijiste que servía para ver cuanto aguanto abajo del agua, o para controlar algo en el fuego; no sé que le viste a esa manzanita que te entusiasmó tanto. Yo que en mi vida me metí abajo del agua, ni me meteré, viejo. Creo que no le di cuerda ni por curiosidad. Ah, qué plato, también me trajiste un día una linterna que se cargaba con el sol, por si las moscas me, dijiste… Y esta quiere que planche, no le contesto porque se enoja, pero bien que le diría, hija, querida, antes de ponerme a planchar prefiero chupar un clavo.
Y en las noches, ¡al fin!, tu hija se va y me deja en paz. Tendría que casarse, pero yo no sé por qué no se casan las mujeres ahora. No duermo muy bien, ahora resulta que tengo el sueño liviano. Antes roncabas y me despertabas, pensar que me quejé tanto y no me cansé de darte patadas y ahora lo extraño, debo estar loca, o vieja, o vieja loca. Así son todos los días, viejo, y los domingos los hijos se turnan.
Cada domingo me toca con uno distinto, como si fuera un premio o un castigo, qué se yo. Cuando voy con el nene ni abro la boca, yo no lo reconozco, viejo, yo digo: a mí me lo cambiaron. Y con la chiquita siempre me llevé bien esa sí es como vos, viejo, ella me pregunta qué quiero y siempre me espera con cerveza. A vos te encantaba ir a comer con los chicos, les hacías sanguchitos de lomo, y después te mandabas una pasta casera. Y más de una vez estos desgraciados se reían de vos, viejo, porque ya sabían lo que ibas a decir, lo bueno es que no te dabas cuenta, ¿o no te importaba, viejo? De la grande qué te puedo decir, está tan lejos. En todo sentido, viejo, no te tendría que decir esto pero es que yo no sé que pensar, no vino a tu entierro, viejo. Yo digo, qué hará tan lejos, en el medio del campo y con esos fríos. Ah, cuando me toca tu hija del medio, me hago la enferma, es que me da comida vegana. ¡Qué tristeza! El domingo pasado me puso hamburguesas de lentejas, me amargó el día y dije: ¡a quién hay que matar para comerse, un domingo, una buena pasta casera! Primero me dijo que la pasta se me pega en las tripas y no sé cuántas cosas. Y después lloró y me dijo que hiciera un esfuerzo, que está agotada de hacer cosas para que yo no caiga en depresión, y eso que yo le digo, hija, querida, no estoy deprimida, soy haragana. Pero no entiende, ella me dice: ni siquiera te das cuenta, ¡estás tan negada! Vos que me conocés más, viejo: ¿qué pensás? ¿Estaré deprimida o seré haragana?